Ella dijo: “¡dame aquí, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista!”
Una mujer ambiciosa deja a su marido (un simple hombre común) y pasa a convivir con otro que ostenta más poder, capital económico y social, sobretodo. A ella la mueve la ambición, a él la seducción de sus caderas. Él es poderoso, pero no es él lo que ella quiere, sino “eso”.
La euforia del éxito lo lleva a la embriaguez, las comidas con amigos e invitados, todo lo que la imagen ante el otro reclama. Pero en un momento, él muestra su debilidad, una mala decisión lo deja expuesto en su búsqueda superficial de sensualidad y el compromiso social. Entonces decide pedirle ayuda a ella, quién, envuelta sobre sí misma durante mucho tiempo, es eyectada desde su tensión femenina para inyectarle su veneno mortal: todo tiene un precio y ella quiere algo a cambio por el placer brindado. Ahora, la desnudez de él está expuesta y su mundo comienza a derruirse. Ella, por el contrario, lo tiene todo, y él no está incluido en eso.
¿Quién puede entender lo que le pasó? A fin de cuentas, sólo miró lo que todo hombre mira en una mujer… ¿O no?
Él comprende rápidamente el nuevo escenario: el amor ha terminado y ahora se trata de poder. Aquí hay lucha, competencia, esfuerzo y dominio; como hombre que es, sabe que está preparado para ello y acepta su condena. Ella, por su parte, no comprende el nuevo mundo y el derivar y derivar en ser poseída una y otra vez por hombres que sólo se vinculan desde la jerarquía. Tristemente, el sistema funciona. Cada bando en su trinchera.
¿Fin de la historia?
Intentemos poner de pié a estos arquetipos, patrones de comportamiento que se repiten una y otra vez desde hace siglos. Seamos sinceros y comencemos por un buen diagnóstico: ella mordió el fruto de la ambición; él, el de la dependencia sensual (alguien que pueda dar placer y relajación -además del alcohol). Por este camino, no hay mucho por recorrer para una pareja.
Él puede llegar a ella, pero no por medio de las formas de su cuerpo, sino a través de la profundidad de sus heridas, las que ella nunca le muestra, las que le avergüenzan y no quiere comunicar porque se siente expuesta.
Ella puede llegar a él, sabiendo que nació para luchar, que deberá estar mayor tiempo fuera y que pagará su lejanía con 7 años menos de vida.
Ninguno puede acercarse al otro por medio del juicio y la condena.
No hay poder para ella, no hay relajación para él.
Luego de estos “mini-tips”, permítanme una pregunta:
– ¿Tan terrible es esto?