Mientras buscaba un video por Internet, vi en la barra lateral uno que decía: “yo hago nuevas todas las cosas” y tenía unas escenas de la película de Mel Gibson La Pasión. Al tiempo que escuchaba una melodía muy sencilla que acompañaba las imágenes, vi un fragmento de la película en la que crucifican a Jesús.
Creí que esta vez no me iba a pasar (estaba relajado en el patio respirando un poco de aire fresco), pero a los pocos segundos mis ojos se nublaron, las lágrimas empezaron a caer por mi rostro y tuve que cortar la comunicación con la web porque estaba a punto de empezar a llorar amargamente.
Éste es mi dolor, un dolor que no puedo contener; sin embargo, yo soy un personaje secundario de esta historia. Quiero escribir sobre otro dolor, también insoportable, de un Otro.
Hace aproximadamente 2600 años, un hombre quemó vivo a su hijito en tributo a una deidad asociada a los cultos orgiásticos y de la fertilidad. Este hombre era un líder y su comportamiento influyó en las decisiones de sus contemporáneos y muchos después; él encarnó el arquetipo del Dragón que devora a los niños con el fuego que sale de sus fauces.
Estos hechos tan crueles fueron delatados y puestos por escrito unos años después por un joven ministro de un sucesor de aquel rey. Por algún motivo, el Inconsciente Colectivo de la humanidad quiso mantener en la consciencia pública estos acontecimientos hasta el día de hoy.
A este “Inconsciente Colectivo” puedo llamarlo también “Espíritu de la profundidad”, en concordancia con la Psicología Junguiana. Así comprendo que estos sacrificios de niños causaron una grita de dolor en el Espíritu que atraviesa todos los tiempos y lugares.
Al tiempo que pensaba estas cosas llegó un mensaje al teléfono móvil (una “sincronización”, diría Carl Jung) sobre el paradero de un niño secuestrado recientemente. Entonces tomo consciencia de que el sacrificio se sigue produciendo o reproduciendo. Pero entonces… ¿cómo se hace para hacer “nuevas todas las cosas”?
El rey que sacrificó su hijo se llamaba Manasés, y el joven que lo delató pasó a la historia como el profeta Jeremías, a quién Nabucodonosor no se animó a tocar cuando destruyó totalmente Jerusalén. Sobre el muro que recuerda aquel templo todavía hoy lloran los judíos y no volvió a haber rey en Israel. Ni tampoco culto a Baal Moloc, que era el dios en cuestión.
No sé cómo se hacen “nuevas todas las cosas”; lo que sí sé es que necesito desesperadamente abrir la boca y decirlo, decir que todos levantamos el templo del culto a este Dragón. Allí en todo lo que valoramos y anhelamos… y cada uno sabe lo que valora y anhela en su interior, ¡Y QUÉ ESTÁ DISPUESTO A SACRIFICAR POR ELLO!
No te confundas, no estamos hablando de religión (lo menciono sólo como símbolo), estamos hablando de cultura y sociedad.
Hoy estaba tomando un café con amigos cuando llegó la noticia, todos la recibimos al mismo tiempo y por la misma red social. Todos dejamos el celular sobre la mesa y seguimos nuestra conversación. Si hay alguna diferencia, sólo radica en que es medianoche y no me puedo dormir.
Espero que vos tampoco.