Cuando estaba en la escuela secundaria jugué algunos años al ajedrez competitivo, me sorprendí al descubrir que dos Alfiles y un Caballo, por lo general, valen más que una Dama, y que en muchas ocasiones era posible perder la Dama, esta pieza tan valiosa por su versatilidad -es la que mayor variabilidad de movimientos posee en este juego- a cambio de otras piezas que obtuvieran mayor capacidad de acción durante un período de tiempo; pero para ello, el ajedrecista debía ser un maestro en los llamados «equilibrios dinámicos«, que se oponen a los equilibrios posicionales. Por alguna extraña razón, siempre me conduje mejor en las situaciones de inestabilidad de fuerzas que en contextos conservadores.
Cuando un hombre se divorcia o se separa, por lo general comete el error de buscar rápidamente otra mujer con la que sustituir a la madre de sus hijos o restituir el esquema familiar perdido, y esto, suele ser un error.
Podemos pensar la realidad de un padre separado como una realidad dividida, fragmentada, producto de una pérdida; o podemos pensar en una distribución inestable de fuerzas, como una vivencia que requiere de un equilibrio dinámico y que puede tener todo un potencial oculto que es posible descubrir y aprovechar.
La «Dama» a la que me refiero, aquella que muchas veces un hombre necesita sacrificar, es un ideal de mujer o de relación con ella; este sacrificio permite que nuestros peoncitos -nuestros hijos- lleguen a destino y, como en el ajedrez, su transformación y realización personal nos devuelva otro tipo de mujer, que aprendamos por ellos otra modalidad de relación -en ajedrez, cuando un peón llega a la última fila, puede transformarse en cualquier otra pieza, por lo general, una Dama, y este movimiento se denomina «coronación».
Nuevas realidades
Los hombres hemos cometido un error, producto de nuestra muy valorada «educación»: hemos puesto a la mujer en un corset que la deja sin aire a ella y a nosotros sin su libertad.
Si el hombre logra este sacrificio del «ideal», puede abrir paso a una experiencia subjetiva que, primeramente, emerge desde su propia Ánima: la de comenzar a percibir a las mujeres desde distintos planos dinámicos, más allá de la mujer-pareja (o, a lo sumo, mujer-amiga). Pareciera que para la mayoría de los hombres de nuestra cultura la mujer sólo puede encarnar dos arquetipos: el de la mujer-madre (de sus hijos o ¡de él mismo!) y la mujer-objeto (con la que sólo obtener una descarga sexual). Pero existen otras realidades femeninas u otros arquetipos que el hombre puede experimentar.
Padre y rey
Pienso en el rey David y dos de sus esposas: Michal -hija del anterior rey Saúl- y Betsabé -mujer que David robó a uno de sus soldados-; la primera representa el ideal formal, producto de la nobleza en la que se insertaba su vida; la segunda, es la mujer-amante que lo seduce con su belleza y por quién él muchas veces pierde su eje ante la pasión. ¿Por qué quiero que reflexionemos sobre esto? Porque la función paterna del hombre separado evoluciona naturalmente hacia una jerarquía asimétrica con sus hijitos y con las mujeres, del estilo del macho Alfa en los animales, y el arquetipo ancestral de los reyes lo encarna adecuadamente.
Un rey
Los hombres jóvenes separados, muchas veces creerán erróneamente que se trata de sexo liberal, sin embargo, si se observa a las esposas del rey David (este personaje de hace 3000 años se transformó en un Arquetipo de la historia, ello se debe a que condensa sentido, tanto para un religioso como para un ateo; él es parte configurante de nuestro Inconsciente Colectivo), todas ellas encarnan un patrón diferente de mujer, cada una de ellas muestra una realidad femenina diferente que el gran rey logra percibir y experimentar de la mujer, más allá del sexo.
Alguna mujer será su musa inspiradora (como aquella que inspiraba a Beethoven a componer), otra será aquella que, por su sabiduría, pueda escucharlo antes de la batalla; y así…
Este hombre que estamos analizando, aquel que está solo con sus hijos, tiene un gran trabajo que realizar con las mujeres, similar al de un arqueólogo que escaba un terreno en busca de restos del pasado que ayudan a comprender mejor el presente, y este trabajo es absolutamente necesario. ¿Por qué?
La visión de un águila
El hombre con sus hijos ha roto el modelo, el esquema cultural de la familia, ya no posee la contención social que le ha ofrecido la educación, por lo tanto su psiquis va a regresionar necesariamente a mecanismos de funcionamiento más primitivos y, en ellos, puede perder el control o reconectar con aspectos de su psiquis que todos los humanos tenemos y que es nuestro Inconsciente Colectivo; allí existe un potencial dormido a disposición de quién pueda activarlo y, para ello, este hombre tiene una condición de privilegio. El hombre solo con hijos puede acceder al Arquetipo del Ánima por el liderazgo y la visión, como un águila que desde las alturas observa dónde está el alimento que necesita y al mismo tiempo «surfea» los aires lejos de todo peligro, nada más seguro para ella que estás alturas. El águila es el símbolo natural del Ánima del hombre.
El tema es profundo y, por el momento, lo dejo inconcluso; en otros posteos voy a dar unos ejemplos del poder reservado del Ánima y cómo una experiencia activa este potencial dormido en el hombre pero siempre listo a emerger cuando se dan las condiciones que lo requieren.