«¿Quién me llama?»

-«¡Alicia!»

Alicia se detuvo y giró hacia sus espaldas, pero no había nadie allí. Pensó: «¡Una alucinación!»; sonrió recordando al psiquiatra que le había explicado que todos los seres humanos tienen esta percepción, que responde al mecanismo de la alucinación, aunque se produzca en personas sanas. Su vida cotidiana continuó.

Ensayo: La voz

El psiquiatra de Alicia ha dicho la verdad, todos alguna vez escuchamos que alguien nos llama y no hay nadie allí, lo escuchamos de modo claro, nuestro nombre perfectamente pronunciado por no sabemos quién. ¿Puede ser ésta la voz de Dios?

Cuando de niños nos contaban que Dios hablaba directamente con Adán y Eva, nos sorprendíamos y maravillabamos de aquella proximidad, y en la medida que crece en nosotros la racionalidad, reflexionamos sobre aquel tiempo como una experiencia mitológica. Pero, ¿y si no fuese así, si aquello fuera real?

La única realidad de esta voz que nos llama es que produce incertidumbre en nosotros, pareciera ser una voz sin sujeto que la enuncie, por lo tanto, su realidad queda abierta a la interpretación.  Este fenómeno llamó la atención de los hombres espirituales de hace más de 3000 años:

El Señor volvió a llamar: «¡Samuel!» Y Samuel se levantó, fue a Elí y dijo: «Aquí estoy, pues me llamaste». Pero él respondió: «Yo no te he llamado, hijo mío, vuelve a acostarte.» (1 Samuel 3, 6).

Para el que fue posteriormente un profeta, ésta fue la voz de Dios que lo llamaba y sobre esa certeza se desarrolló su vocación y acción, y ellas quedaron grabadas en la historia colectiva. Se trató de la afirmación de una certeza. ¿Será posible pensar en una voz sobrenatural que tan claramente nos habla? Quizás sea muy difícil que un ser humano contemporáneo pueda creer en lo que está oyendo y busque una explicación pseudo-psicológica que le permita seguir durmiendo.

Al tercer llamado inexplicable, el profeta Samuel se detiene y realiza un cambio de escena que abre el sentido, en vez de cerrarlo: <<¡Habla, Señor!>>. Pocos pueden animarse a esta respuesta, la posibilidad de tener una certeza sobre nuestro destino es una misión sólo para mujeres y hombres de extremo valor.

Un recuerdo

Recuerdo el breve tiempo en que pertenecí a la iglesia católica, fue un momento único en mi ciudad porque coincidió con el ingreso de la Renovación Carismática (muy ligada al pentecostalismo evangélico) y con su posterior intervención y expulsión por parte del obispo local. Recuerdo la noche en que en una misa multitudinaria se levanta un hombre, muy mayor, y dice: «Hay dos jóvenes en el fondo de la iglesia que estuvieron orando por su abuelo recientemente fallecido, el Señor me dice que les diga que él lo tiene consigo.» Con mi hermano nos miramos y nos dijimos: «¡Somos nosotros!».

El profeta Ezequiel vio como la Gloria de Dios se alejaba del templo de Jerusalén en el siglo VI aC.; te aseguro que percibí como el Espíritu se alejaba de los templos católicos cuando el obispo, primero intervenía, luego directamente expulsaba a aquellos denominados «curas sanadores».

Hoy ya no veo ningún católico que se anime a decir: «Dios me habló, me dijo esto para vos».

No quería publicar este ensayo, porque sé cual es la versión científica del tema. Pero mientras oraba escuché su voz, tan clara como siempre, que me decía que lo escriba para vos, pues Él quiere que te lo diga.

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