¡Papá! ¿Dónde estás? ¿Por qué no venís? ¿Por qué te fuiste?
Alicia se introduce convulsionada en el sueño, su consciencia se desvanece pero una parte de sí permanece alerta, como si detectase la presencia de un peligro.
Una silueta que no logra discernir con claridad se acerca a su cama, por detrás de ella; su rostro se acerca al suyo para susurrarle algo que no logra comprender cuando, su atención es enérgicamente dirigida hacia el espejo de su ropero: «¡el espejo no está roto!»
Alicia despertó aquel día con una extraña sensación, nueva, que no podía discernir. Su padre había partido y debía dejar atrás su recuerdo, él también era culpable… ¡eso!; era culpable de no haberla protegido siendo ella tan solo una niña. Era el momento de dejarlo atrás, de ya no pensar en él. Inclusive, recordaba a su psiquiatra psicoanalista que le había dicho que es normal el odio hacia la persona perdida en una etapa del duelo, etapa necesaria y que prepara la finalización del proceso doloroso. Hoy era el día de Alicia, ¡y nadie se lo podría robar!
Alicia se encuentra insomne. Fue un buen día y está dejando atrás la tristeza, sin embargo, no puede dormir.
Una silueta oscura, que no logra discernir con claridad, se acerca a su cama, por detrás de ella; el rostro de un hombre se aproxima al suyo para susurrarle algo que logra comprender cuando, su atención es enérgicamente dirigida hacia el espejo de su ropero: «¡el espejo no está roto!» El olvido atrapa el mensaje. Alicia despierta agitada sin poder notar el momento en que quedó dormida.
El espíritu sensible de Alicia le hizo comprender rápidamente que algo no estaba bien. Excepto por algunos detalles, había tenido por segundo día consecutivo el mismo sueño. Alicia sintió miedo.
Mientras calzaba sus zapatillas mencionó casi sin pensar: «nada ni nadie me va a quitar un buen día, estoy bien y no voy a permitir que nadie me perturbe».
Alicia se encuentra acostada en su cama, recuerda el mensaje que decía: «¡rebélate!, no te sometas a nadie». La silueta es de un hombre, aunque no logra percibirlo con claridad, se encuentra tapando el espejo y su mirada parece penetrar hasta el alma de Alicia. Toda su silueta parece una sombra, Alicia se paraliza por el miedo.
Alicia despertó violentamente aquel día, el estado de vigilia la había llevado del miedo a la preocupación. Y éste fue el día tercero.
Alicia sentada en su cama; es de noche y mantiene la luz prendida mientras mira fijamente el espejo partido. Está dispuesta a no dormir. Ésta es una noche de lucha.
El sueño pareció placentero, un enorme árbol crecía desde la biblioteca de su padre, salía por la ventana y se dirigía hacia alturas imposibles de medir. Alicia despertó dispuesta a continuar sus estudios de Ingeniería en Informática, buscó sus apuntes guardados, organizó un cronograma de actividades, satisfecha de saber que éste era su destino y su talento. Al caer la noche, la joven mujer se dirigió al asador de su padre, en la patio de la casa pero contiguo a la biblioteca, y allí incineró todos sus restos académicos. Papeles en llamas se desprendían como hojas de árbol, y eran ascendidos por el viento suave, casi tan alto como el árbol del sueño. Alicia ya no pudo despertar del cuarto día.
Una mujer increíblemente bella, alta, de cabello cobrizo, señala a la joven y le dice con un gesto de la mano que ella puede oír: «ven». La niña se levanta de la cama, se sumerge en el agua del lago y comienza a nadar hacia aquellos mujer, rodeada de una sensación de infinito placer; sus brazos se mueven y mueven hacia la profundidad del mar sin experimentar el cansancio. Ella se entrega. El quinto día y el quinto sueño. Aren se despertó conmocionado en la noche mientras todos sus hermanos dormían en la superficie de aquel poderoso barco vikingo. Temió por su hija en la aldea, si acaso algún espíritu maligno quisiese poseerla. Una mano oscura ahogó su grito y se introdujo por su boca mientras el guerrero perdía el aliento.
Alicia se encuentra sentada en su cama. Papá ya no está, pero no siente más su dolor y su pesar. El espejo se halla intacto, siente una leve sensación de poder en todo su cuerpo.
Alicia despierta en su sueño: «¡es real! Me está enseñando a matar».
Alicia se puso de pié, ansiosa por tomar su cuaderno de notas, una birome y escribir:
Abuelo:
La historia de la niña y el espíritu ocurrió de verdad. El espíritu le enseñó a matarse, a suicidarse. Fue un plan tan perfecto como maquiavélico. ¡Lo descubrí! ¡Sé que estás leyendo esta carta!
Ensayo: un sueño creado en 6 días
Los sueños de Alicia pueden agruparse bajo la categoría «el eje del mal»; ellos muestran la lógica perfecta de la melancolía que, como una araña en la noche, teje sus redes inconscientes hacia el único destino posible. Puede afirmarse que la melancolía no mata a nadie, ella es mucho más perversa, puesto que logra convencer a su víctima de que la muerte, su propia muerte, es el único destino posible. Por este motivo, en otras épocas y en otras culturas, se consideró que un espíritu diabólico poseía a la persona enferma en busca de su destrucción; aquel vikingo percibe el peligro que acecha a su hija en estos términos.
El pensamiento del melancólico es presa de un espíritu rebelde, necesariamente, el cual se asocia a la soberbia y el orgullo, una especie de caparazón racionalista que está destinado a rechazar todo intento de ayuda que provenga del lazo social, por lo cual, dicha rebeldía lo que pretende es romper el vínculo con las otras personas, para de este modo quitar una de las más importantes posibilidades de salida, la cual queda así vedada para este individuo. Pero existe un aspecto quizás más peligroso que éste. Freud dijo que, en la melancolía, «sus quejas son querellas» o, «sus acusaciones son autoacusaciones». Por ello, Alicia debe odiar a su padre, piedra fundamental del suicidio melancólico. Puesto que al aprende a hacerlo -racionalización de por medio-, el acto se halla preparado para la inversión hacia el sí mismo. Todo ello se teje en la sombra inconsciente de la persona.
¿Cómo salir de aquí?
El punto crítico es el padre de Alicia. Para comprenderlo, viajemos un instante hacia «una galaxia muy muy lejana…» para así trazar el triángulo de la muerte que acecha a Latinoamérica.
Star Wars, un mito emergente de la sociedad estadounidense en pleno siglo XX, muestra la vinculación psicológica de un joven que pretende ser un gran hombre, pero que carece de los recursos internos para alcanzarlo, y un padre terrible, violento y autoritario, que en la saga es figurado como «el villano más malvado del universo»; o sea: el chico tiene un padre difícil. Este detalle no es menor, puesto que los psicólogos y expertos en mitologías de trasfondo junguiano que participaron en la elaboración de la trama, lo han situado intencionalmente. Aquí es donde se dividen las «aguas psicológicas» que dividen a los países del norte y a los del resto de América: en la saga, este joven jamás acepta confrontar con su padre y considera que el «acceso» al padre es su única opción para ser un maestro y un sabio de las artes del espíritu. Más aún, en un primer encuentro adulto de ambos, el malvado padre corta la mano derecha (simbolismo de su habilidad) del hijo. Muy distinta es nuestra mitología importada, hemos adoptado la mentira freudiana del mito de Edipo creyendo que debemos enfrentar y matar a nuestro padre para madurar como hombres y mujeres. 500 años de sometimiento mental aún no nos permiten despertar.
El problema del padre es más crítico de lo que puede parecer. Puesto que éste es el único acceso posible para un sujeto al Arquetipo Fundamental, única posibilidad de sanación de la depresión melancólica que padece Alicia. Pero esto, lo debatiremos en otra oportunidad.
Rebeldía, orgullo racional y ataque a la figura paterna; éste es el triángulo de la muerte de Alicia.