Un impulso que no se puede cambiar, destructivo, dañino. Un aprendizaje difícil resulta dejar de luchar; todo su cuerpo y su espíritu está preparado para la acción, en su tradición sólo existe la posibilidad de «morir en el campo de batalla», ¿cómo podría rendirse, atravesar esta experiencia de humillación? Aren no está preparado para esto. Él sabe, intuitivamente, que debe rendirse ante el enemigo que lo supera en armas y fuerzas. Acepta bajar los brazos con los puños crispados de tensión, los dientes moliendo el espacio vacío y la angustia en todo su cuerpo.
Los ojos de Aren estallan en sangre y agua, preferiría cortar sus manos antes que volver a tomar a sus niños por los cabellos hasta verlos gritar de dolor; pero Aren no puede dejar de hacerlo. Este enemigo es más poderoso que él y no posee armas para derrotarlo. Rendido ante la deidad de la violencia que lo supera, grita auxilio mirando hacia el cielo.
Relajado en la tarde, Aren observa como un pequeño animal, similar a una ardilla, lucha contra una poderosa serpiente. Su piel se eriza y un frío sudor recorre sus espaldas, él sabe que el pequeño mamífero derrotará al mortífero reptil. Comprende el mensaje del Espíritu de la Profundidad, que lo ha llevado hacia allí para mostrarle el desenlace de su lucha contra un impulso primitivo y básico. Sólo conoce dos animales que pueden derrotar esta serpiente: el águila y la pequeña ardilla. Una extraña sensación lo invade.
Ensayo 1: Ardilla versus serpiente
Ensayo 2: El padre de la máscara de hierro
Todo niño necesita tres papás: cuando es pequeñito, desde que nace hasta un tiempo anterior a los 2 años, el niño necesita desarrollar una relación mayormente afectuosa con su padre, donde el vínculo preponderante con él está dado por las expresiones de cariños y cuidado. Esto es lo que un niño necesita, más allá de que su padre se entere o no de la circunstancia.
Un tercer papá -ya sé que me falta uno- viene dado en torno al comienzo de la escolaridad primaria, dónde el niño aprende de éste cómo afrontar el mundo externo y como incorporar ciertos límites al control de su comportamiento y, para ello, el padre resulta un gran apuntalamiento.
Pero hay un segundo papá, entre el primero y el tercero, en el cual quedamos estancados colectivamente padres e hijos. Es el padre terrible, violento… ¡el Ogro! Lamentablemente, los adultos no hemos comprendido en absoluto esta condición psicológica necesaria y parte del desarrollo evolutivo normal de un niño.
Con el retorno de Star Wars al cine, la figura mítica de Darth Vader nos trae una oportunidad, desde el arte, de hacernos conscientes de lo que esta instancia de la función paterna significa. Intentemos introducirnos en la temática a través de la mirada de los chicos.
Un niño comienza su vida en la panza de su mamá, cuando nace toma la teta durante aproximadamente un año, y su vínculo con el mundo externo es mayormente con su madre. El padre es el primer punto de referencia exterior a lo materno, es el primero que marca una diferencia respecto de su mundo conocido y, con ello, es la primeta puerta de salida de lo materno hacia el mundo social. Cuando el niño progresa en su desarrollo psicológico, digamos entre los 2-5 años aproximadamente (aunque esta etapa parece extenderse actualmente en las sociedades urbanas), acrecienta la consciencia de su autonomía y de sus impulsos, es más dueño de sí mismo y el padre ingresa en su psiquis ahora como alguien que lo limita: lo aparta de su madre, no es contenedor como ella, lo condiciona en su comportamiento y ostenta una fuerza increíble con la que puede someterlo. Muchos cuentos de hadas tienen la finalidad de educar a los niños en esto; no obstante, el mayor inconveniente es que los adultos no entendemos la realidad psíquica -y muchos psicólogos y pedagogos tampoco.
El padre violento, tirano, es una etapa del desarrollo absolutamente necesaria y es en la que quedamos estancados la mayoría de los papás, tanto a nivel individual como colectivo, es uno de los yerros más graves de Latinoamérica a nivel de sus representaciones mentales. A ello obedece la presencia de líderes violentos que los americanos del centro y sur del continente permanentemente generamos, ya sean líderes desde el delito o gobiernos de facto, con muchos otros perfiles entre uno y otro extremo. De modo similar a cómo repito un alimento que no puedo digerir, la sociedad repite este estadío mal comprendido del desarrollo social contemporáneo.
Muy diferente ha sido la elaboración social de esta problemática en los países del norte de América, allí el niño-joven debe afrontar a su padre violento -Darth Vader-, pero evadirse de él no es una opción, intentar superarlo tampoco, sólo debe afrontarlo y hacerse cargo de la situación.
Consideremos, ahora, esta situación desde la perspectiva de los padres
La violencia de los padres
El padre contemporáneo parece dirigirse desde un padre proveedor y protector, a uno violento y castigador. No es poner límites, es no querer dar afecto. El afecto, amor, sana todo; pero no el de los enamorados codependientes, sino el de la conexión emocional.
No son exigencias, es querer someterlos y quebrarles el carácter. El problema siempre han sido los niños varones, hasta Herodes se dedicó a matarlos.
No es educación, no es pobreza o falta de educación; es querer maltratarlos y violentarlos. Es no querer darles afecto, no querer jugar con ellos.
No es la «rudeza de la vida» para la que hay que prepararlos, es nuestro ego que necesita mucha adulación y dedicación, los niños son obstáculos.
Rendido
Para superar esta etapa como padre y favorecer el pasaje de los niños a la siguiente, tenemos que aprender a reconocer lo que somos y vamos a poder percibir una puerta de salida: la rendición ante nuestra propia violencia, a la cual hemos sido muy educados a través de las jerarquías competitivas que a los hombres tanto nos excitan.