LA CULPA SIMPLIFICANTE
Incorporación
De modo similar a como un niño interioriza los juicios de valor a través de la educación en sus primeros años de vida, volviendo propios los contenidos que partieron de sus maestros, la Teología y los sacerdotes han hecho algo similar en el desarrollo histórico del cristianismo en Occidente.
En la Edad Media, la Inquisición (hoy denominada “Congregación para la Doctrina de la Fe”) ejecutaba a los que acusaba como herejes, a los que discrepaban con la Doctrina-Teología católica. Ingenuamente creemos que la violencia teológica ha terminado, porque ya no se asesina a nadie por estos motivos como hace pocos siglos; sin embargo, lo que ha sucedido es que se ha interiorizado, se ha vuelto sublime el proceso de la acusación con su acusador, los cuales se hallan dentro de nuestra psiquis actualmente.
Todo este mecanismo psicológico lo ha descripto magistralmente Sigmund Freud al referirse al asedio que recibe el Yo por parte del Superyó (portador de la conciencia de culpa). La Teología dogmática ha logrado la perfección de su propósito: la Inquisición ahora es interna e invisible, y ello es irreversible.
La Teología nos acusa
Nuestro “santo inquisidor” (el Superyó educado por el paradigma del patriarcado) nos ofrece una versión simplificada de los problemas relevantes y críticos que padecemos, la cuestión es simple para él: “somos o no somos culpables” [to be or not to be –GUILTY]. De esta forma, a la manera de un embudo, toda la complejidad de la realidad decanta en un solo problema: si estamos o no estamos dentro del paradigma moral dominante.
¡Entonces surgen los rebeldes! ¡Aquellos que van a hacer todo lo contrario a lo que dicen los moralistas! Una pretensión cuya estupidez correlaciona de modo inverso con la violencia de la Teología Moral. Porque el problema no es el contenido de la moral, sino el mecanismo de polarización y exclusión que produce. Ser un revolucionario es lo mismo que ser un moralista, las dos caras de la misma moneda del sistema.
Usufructuamos de la culpa
Ya sea que nos sometamos a ella o que luchemos en su contra, en ambos bandos tenemos la misma fe y el mismo dios. El reprimido y el libertino adoran el mismo ídolo: la cognición moral de la realidad, esto es: LA CULPA.
Cuando se trata de caminar por la aldea bajo el sol de la culpa – no culpa, todo es más sencillo; nuestros mecanismos de afrontamiento de la incertidumbre que nos genera la realidad se reducen a uno solo. La complejidad del sistema se reduce y el chivo expiatorio ya ha sido señalado.
Por este motivo el Psicoanálisis ya no produce efecto: el analista introduce al analizante en una lucha contra el Superyó tras lo cual eso no produce ningún efecto sobre la vida real del individuo, más allá de una sensación pasajera de liberación de responsabilidades impuestas.
El paradigma sigue siendo el mismo…