El «acechador» de la psiquis

En la psiquis humana se desarrolla en numerosas ocasiones el sentimiento inconsciente de culpa que, si bien es externo y educado, llega a producir daños psicológicos severos en las personas. Podría decirse que es uno de los elementos más nocivos para el ser humano y que habita en las profundidades de su mente, al menos desde el punto de vista psicoanalítico. No obstante, no es a este fenómeno al que voy a remitirme aquí. Existe algo aún mayor en su gravedad.

Culpa y poder

La culpa en la psiquis es como el delito para una persona que ha transgredido la ley, una especie de sombra oculta que lo persigue día y noche con la amenaza del encierro. El «acechador» (por ahora llamémosle así) sería como Chernobyl, una irradiación imposible de contener a la que burdamente encoframos con acero pero que, tarde o temprano, será devorado sin que haya posibilidad de contención; ante este poder el Yo se encuentra totalmente desamparado y expuesto. Como digo, tiene que ver con un poder sobre el Yo y con la amenaza de extinción.

Se trata de la última clave de la locura, tan difícil de asir como de soportar. Surge de la desprotección primaria que vivencia un niño o niña, como si un pequeño chimpancés se hallara solo cuando merodea un tigre hambriento en derredor. Siguiendo este ejemplo, quiero mostrarte que dicho enemigo tiene que ver con la desprotección primaria de los humanos y la pérdida del vínculo afectivo en adultos.

El cazador rugiente e insaciable también busca la construcción del Ego -autoconocimiento- y del poder, ya que ambos producen el mismo efecto: la desvinculación social y próxima. En la medida que acreciento el conocimiento de mí mismo (como proclamaron los griegos), hago decrecer el interés puesto en el otro; en la medida que escalo en la pirámide competitiva del poder, mayor es mi falta de «pares» y me encuentro en soledad en aumento.

Por lo tanto, puedo hacer una primera aproximación a esta «psicología del infierno» y lo que los psicólogos clínicos podemos hacer frente a ello:

Nosotros buscamos cuidar y sanar los vínculos afectivos de las personas, la mejor defensa frente al acechador.

Una hipótesis antropológica

Un primate de hace 3.000.000 de años se queda sin su hábitat natural en los árboles. El descenso a la sabana africana lo conduce a adaptarse a un nuevo ámbito, nuevos alimentos, mayores posibilidades pero, al mismo tiempo, mayores peligros. Mientras un mono sobre los árboles goza de gran destreza de desplazamiento y resulta difícil de acechar por un gran predador, no sucede lo mismo sobre la tierra árida y con poca vegetación.

En los árboles, los depredadores actuales de los monos son los grandes felinos y las grandes serpientes. Mientras un mono alfa de grupo puede enfrentar a un tigre desde las alturas, nada podría hacer, por más fuerte que sea, sobre el terreno sin árboles y frente a un león. Y ésta ha sido, con toda probabilidad, la situación de nuestros antepasados.

Lo primero que podemos tomar consciencia en la evolución de un primate primitivo hacia el homo sapiens es que, ante esta amenaza, el macho alfa no sirve para nada.

Préstame atención:

El homo sapiens no se organiza en torno a machos alfas porque no tiene estructura biológica de combate apta para ello.

Para poder afrontar al león (entre otros peligros) el humano originario debió desarrollar la cooperación; la defensa fue la ayuda mutua, posteriormente el desarrollo de herramientas primitivas se convirtió en armas de defensa, pero la primera protección debió ser la cooperación.

Esta experiencia, la del acecho, se repitió durante muchos años; con muchos años quiero decir algo así como 3.000.000 de años. Mucho tiempo, muchas experiencias gravadas en la memoria genética de nuestra especie.

Introduzcámonos en la psiquis del león, en su modo de pensar un momento. El león no se quedó de brazos cruzados mirando pasivamente como la comida se le escapaba de las garras y también desarrollo un plan de acecho, él también debió evolucionar.

La estrategia del león

El león comprendió que un espécimen solo era una presa fácil, por lo tanto, la estrategia siempre fue aislar al individuo del grupo, esto habría sido particularmente factible con las hembras y, en particular con las crías. Si los leones lograban atemorizar al grupo de pequeños homínidos, seguramente los individuos más frágiles (las hembras preñadas y las crías) serían una presa fácil.

Pero los machos nunca quedaron fuera del alcance de su ojo, estos representaban una posibilidad de mayor ingesta de proteínas para el león y su grupo. Ante ellos el león hizo sublime su acecho, cambió su táctica pero mantuvo la misma estrategia.

Si ante las hembras el rugido y la imagen atemorizante de su fiereza podría atemorizarlas y hacerlas huir ante el pánico de muerte abandonando sus crías; con los machos la táctica perfecta fue la seducción. El felino es un animal sumamente inteligente, el león en postura de sumisa debilidad le hizo creer sutilmente al macho humano que él era fuerte y poderoso, se hizo perseguir por él en actitud de temor y debilidad con la finalidad de fomentar su creencia de poder, de superioridad; el león alimentó su orgullo haciéndole creer que él podía aislarse de su grupo con una rudimentaria arma primitiva, le hizo creer en su soberbia que era él, el supuesto alfa dominante, quién podía enfrentarlo solo. Una vez aislado del grupo por su propia voluntad y tras la ilusión del león cansado de huir, él le demostró quién manda en África. Un trágico final para el macho dominante.

Un ejemplo presente

Permitime una breve digresión para citarte un hecho actual y mostrarte la inteligencia de este predador:

Un grupo de cazadores furtivos ingresan (armados por su puesto) a territorio de leones para cazar un ejemplar. Se pudo reconstruir a posteriori lo sucedido. Tres leones los dejan entrar en su territorio, no salen en defensa sino que los dejan avanzar, tanto como para estar suficientemente lejos de todo pedido de ayuda. Los dejan acampar día tras día, sólo observándolos. Cuando ellos se encuentran con cierto agotamiento, confiados en que su cacería avanza satisfactoriamente, en la noche, los tres leones atacan el campamento y devoran a los cazadores humanos sin resultar ningún león herido. Estamos hablando del siglo XXI, armas de fuego y cazadores profesionales.

Resumiendo el apartado:

La estrategia fue el aislamiento. El aislamiento tuvo dos tácticas diferentes:

  • Ante las hembras, la amenaza de muerte para que abandonen a las crías indefensas;
  • Ante los machos, la seducción del poder para separarlos del grupo.

Una hipótesis desde la psicología Junguiana

El homo sapiens se encuentra con su grupo de pares en la sabana africana. Parece que tenemos una explicación biológica del problema, sin embargo, ¿por qué sucedió esto? ¿Es efecto del azar? ¿Las condiciones materiales, concretas, sin ningún motivo, se organizaron de esta manera?

Son preguntas difíciles de responder, porque el único acceso al tema es por la vía de la Psicología Profunda.

Con el paso del tiempo, el león fue introyectado en la psiquis humana y se convirtió en una función de ésta. Es parte de nosotros, de nuestra memoria ancestral; se transformó en una función de nuestra mente inconsciente y colectiva, esto es: un patrón, el arquetipo del acechador.

La hembra primitiva se transformó en el Ánima de la cultura y el macho en el Ánimus: las representaciones inconscientes acerca de lo masculino y lo femenino. Las patologías del Ánima se desarrollan por la desvinculación social que la conduce a la peligrosa melancolía, manifestación inconsciente de la devoración del león. Las patologías del Ánimus se relacionan a la falsa creencia del poder y la superioridad ante su par, que terminan conduciendolo otra vez al aislamiento jerárquico competitivo y las patologías del poder en las diferentes formas de la violencia.

En pocas palabras:

La única defensa sigue siendo la empatía y el vínculo social.

La receta de Juan

Había un hombre que se llamaba Juan. Su mejor amigo era su primo mayor, compañeros de juego en la infancia, de grandes ideas revolucionarias en la juventud, de aventuras y viajes cuando fueron grandes…

Frente a sus ojos su primo y mayor afecto fue torturado por la dictadura y después asesinado. Él mismo pudo correr el mismo destino pero como era hijo de una familia influyente logró ser «rescatado» del mismo desenlace.

Juan conoce la violencia, la conoce de cerca, vió con sus propios ojos a los asesinos de su primo hermano; no lo leyó en un libro ni lo miró por televisión en un documental.

Hoy es un hombre mayor, roza los 80 años, conoce al león, reconoce su mirada y su rugido cuando está cerca. Anoche soñó con las fauces abiertas del devorador frente a una mujer joven, quizás símbolo de su nación…

Él comprende de lo que se trata, sabe lo que viene, lo que va a suceder y decide escribir una carta a su familia:

Hijitos míos…

En el amor no hay temor.

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