Algunos dicen que los seres humanos podemos ver una amplia gama de colores mientras que los animales -correcto sería decir: ‘el resto de los animales’- sólo percibirían tonos de grises, entre el blanco y el negro. No obstante, esta descalificación de nuestros hermanos animales es puesta en duda frente a la potente visión de un águila, un lince o un felino nocturno cuya vista es superior a la nuestra. Entonces, ¿cuál es nuestra ventaja, si es que realmente la tenemos? ¿Nuestra visión es realmente superior a la del resto de la naturaleza o simplemente estamos negando con el orgullo de nuestro ego que somos realmente limitados? En pocas palabras y para no extenderme en un tema secundario, nosotros vemos el «partido de fútbol» de la vida en un TV de altísima definición, mientras que los animales perciben con todos los sentidos porque están en la cancha y son parte del juego.
¿Por qué te hago este planteo?
Hace 500 años los nativos de las tierras americanas fueron engañados por los avaros conquistadores que los deslumbraron con el brillo de sus telas e imágenes, quitándoles el oro de las montañas por el color de su propia imagen devuelta en un espejo. ¡Qué preciado valor tenía su ego!
Desde aquel tiempo, la estrategia ha sido infalible y como arquetipo que incesantemente puja por manifestarse, encarnamos generación tras generación esta trágica profecía reeditada por las redes sociales digitales.

Sólo 1
Desde mi punto de vista, la cuestión no ha sido ni es la avaricia de los extranjeros -digamos, por ejemplo: ¡Instagram!-, sino el hecho de carecer de un criterio de referencia para poder discernir la substancia real del intercambio.
Cuando empleamos una red social para comunicar una imagen de nosotros mismos, se produce un intercambio manifiesto entre la divulgación masiva que la red realiza de nuestro ego y la información que obtiene de nosotros; sin embargo, existe otro «intercambio comercial» aún más incisivo: en nuestra propia Ánima o Ánimus hemos cedido el insight por el outside, abandonando el conocimiento interior.
Como hábil tentador, el conquistador no nos fuerza al abandono de nuestro mundo interno, nosotros se lo hemos entregado sin siquiera el más mínimo reparo, sin considerar las «implicancias» de este perverso contrato espiritual. ¿Por qué hacemos esto?

Freud contra Dios
Es llamativo que Sigmund Freud (creador del Psicoanálisis) hablara de «represión» por parte de la religión siendo él mismo judío; me cuesta creer que él no supiera que los criterios antiquísimos de su pueblo no tienen que ver en absoluto con un rechazo de la sexualidad sino con el hecho de ofrecerles un criterio organizador.
Los mandamientos de la ley hebrea constituyen un principio activo -como el elemento activo de un fármaco que cura una enfermedad-, no buscan restringir un comportamiento sino organizarlo en base a un único referente. Repito: un único centro de atención.
La estética y el placer relajan la concentración del ser humano, no están mal de por sí, pero no sirven en absoluto cuando las personas atravesamos situaciones críticas en la vida. Figurémonos que, ante la pérdida de trabajo de un padre de familia, se le dijese:
Ve a la peluquería, córtate el cabello para sentirte más a gusto contigo mismo y luego cómprate un buen vino para relajarte esta noche antes de dormir.
Parece una broma; sin embargo, dudo de cuántas personas sabrían qué decir a un hombre en esta situación.
Es increíble el estado de humillación al que hemos sometido nuestra propia alma americana al dejar de lado el forjar principios (¡palabra repudiada por los grandes intelectuales de esta parte del continente!) que sean los promotores de valor en todos los planos de nuestras vidas.