En la medida que se expande la epidemia brotan desde la consciencia colectiva estos charlatanes de turno que nos encomiendan unirnos en la ayuda del prójimo, enfrentar la adversidad y bla bla bla…
Recuerdo a mis 25 años, los primeros días de noviembre, cuando llegué a Lucca, la ciudad italiana que contaba con la población más envejecida del mundo. No lo sabía, pero mi espíritu me lo dijo cuando esa misma mañana fui a recorrer la ciudad.
Era época próxima a la Navidad y se percibía cierto clima festivo, sin embargo, ese día que marco mi odio por el antiguo continente me sentía mal sin saber por qué. ¿Por qué? Porque el mismo Espíritu del Señor me estaba diciendo algo.
Llegué a la plaza y desde mis impulsos inconscientes exclamé sorprendido: ¡No hay niños! Como te decía, tenía 25 años, me había recibido de psicólogo hacía poco tiempo y no pensaba en tener hijos. Pero es parte de nuestra naturaleza, si no protegemos a los niños no hay destino posible para el ser humano.
Pero esto no fue todo, «fui a parar» a la casa en la que se encontraba otro argentino que me dio lugar para pasar unos días. La casa pertenecía al sacerdote de una de las iglesias principales de Lucca. No te voy a sorprender con esto: encontramos pornografía infantil en la biblioteca. Eran libros y revistas en aleman, pero tenía allí un familiar que hablaba el idioma y hasta pude dar con el movimiento de religiosos que estaban en el asunto. Pero esto no termina aquí.
Mi amigo Carlitos, el que me dio lugar, tenía dos hijas pequeñas y se preocupó por la situación. Es una persona muy sociable y se había vuelto próximo a un par de «señoras mayores» que ostentaban buena posición económica. Él buscó cierta «protección» en ellas porque, de alguna manera, dependía del sacerdote para su residencia y para conseguir trabajo. Cuando les planteó la situación ellas le dijeron algo como esto: «que tus hijas estén lejos del sacerdote, pero si algo sucede, nosotras no vamos a delatarlo».
Una pandemia detrás de otra pandemia
Creo que estos hechos me mostraron la sombra de una cultura que arrastra la paidofilia desde hace siglos y quizás por ello nunca quise regresar al viejo contiene a pesar de que tengo familiares allí que pueden recibirme. He permanecido en la insegura y subdesarrollada Sudamérica.
Estos hechos se sumaron a otros con los que pude constatar la «pandemia» de violencia y abusos que sufren los niños que, a diferencia de las feministas, no pueden realizar una manifestación en reclamo respecto de las atrocidades que sufren.
Investigué, y sigo haciéndolo, respecto de la violencia generalizada hacia los niños y oculta por la complicidad de los adultos. Escribí un libro, organizamos un evento con mi amigo y socio Lucas y el resultado fue: ¡fracaso absoluto!
A la hipocresía de las viejas italianas que encubrían al abusador tuve que sumarle una nueva tragedia: a nadie le importa realmente este problema. Aunque no lo creas, es así: a nuestra sociedad no le interesan los niños.
En el momento en que escribo, en Argentina, se han prohibido todos los eventos masivos debido al riesgo de propagación de la epidemia, exepto uno: las escuelas. La consciencia colectiva arguye que los niños están más protegidos en los establecimientos educativos que en sus hogares, pero puedo leer su inconsciente colectivo que dice: «no vamos a proteger a los niños». Soy consciente de los pseudo-fundamentos del ministerio de educación y bla bla y bla.
Entonces…
¡Me quedé sin salida! Así de simple. Hace años que noche tras noche le he pedido a Jesucristo, en quién creo firmemente, que proteja a los niños. Supliqué y supliqué hasta que me rendí. ¿Cómo haría Dios, allí desde el cielo, para proteger a los niños? Ellos están en las manos de los despiadados adultos que los sacrifican a diario por su ego y sus seguidores en las redes sociales. Recuerdo esa estúpida madre mirando el celular mientras su hijito internado le pedía auxilio ante el pánico que sentía. Muchos piensan que soy antisocial, pero no, sólo me da asco esta gente.
De modo que no dejo de sorprendeme por esta acción inédita del Inconsciente Colectivo: es la primera pandemia -de la que tenemos noticias a través de la historia- que no tiene como primer blanco a los niños sino a los adultos mayores, y en mayor medida a los hombres que a las mujeres. Ayer en Italia se registraba en las personas fallecidas un 75% de hombres.
¿No te llaman un poquito la atención estos datos?
La naturaleza no está diciendo: «abrazo solidario». Sino todo lo contrario:
«Todo sarmiento que en Mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto»; Evangelio según San Juan.
