El tren ha partido y se encuentra en dirección hacia su destino; serpenteando la zona de llanuras se adentra en la noche al tiempo que, a la distancia, nuestro protagonista sin nombre observa el inicio de una fuerte tormenta cuyos destellos iluminan el cielo nocturno, cubierto de densas nubes azules.

La fuerza del vehículo resulta, de alguna manera, protectora y el sonido rítmico sobre los durmientes que soportan los rieles lo adormece lenta y profundamente. El poder de la naturaleza le trae a la consciencia su pequeñez y esto produce en él una sensación de tranquilidad. Al tiempo que sus ojos se desvanecen en medio del temporal, otra tempestad se desata en el mundo de los sueños. Las imágenes del terror pueblan su mente mientras su voluntad se halla suspendida; el hombre se encuentra atado de pies y manos a la butaca del tren por su necesario descanso.
Multiplicidad de cuadros sin forma se suceden ante él sin poder retener un claro recuerdo, sólo una imagen intensa y penetrante llega a su despertar: la figura de una mujer, vestida de negro, junto al mar, sola y observándolo. El despertar le trae un nuevo recuerdo misteriosamente encadenado al sueño: su profesora de Álgebra. Pronto, todo cae en el olvido.

Sombra y ánima
La sombra, fenómeno del inconsciente colectivo, surge con fuerza en determinados momentos de la vida de una persona, en particular aquellos que son críticos. Esto sucede por motivos que no alcanzamos a comprender plenamente, no obstante, su emergencia trae aquellos elementos que el yo no logra integrar sobre el sí-mismo pero que son una parte constitutiva de él. De esta manera, el encuentro con la sombra se torna una experiencia que posee potencial de aprendizaje si ella es reconocida.
Carl G. Jung señala a las dos grandes guerras mundiales como el retorno de la sombra de Europa en un contexto en exceso tecnocrático y negador de la experiencia de sentido, interior del ser humano. Dicha «amputación espiritual» engendra una fuerza caótica, impredecible e incontrolable que destruye todo la construcción del ego colectivo, forzándolo a acceder al mundo de los símbolos y del significado milenario de la vida.
Junto a la sombra, otro elemento del inconsciente colectivo hace su aparición en el viaje de nuestro personaje: el ánima (ánimus en la mujer): símbolo del poder femenino en el inconsciente masculino. Este arquetipo pujará por lo bueno, lo bello, lo sensible que mueve su corazón, sin cuyo reconocimiento el hombre se encuentra perdido, sin la «brújula del alma» que le marque su rumbo. De esta manera, el ánima colabora con el yo en la búsqueda de su realización personal plena; sin embargo, su lugar es el inconsciente del hombre y el mundo de los sueños. Si ella ha llegado a la consciencia, su presencia muestra, posiblemente, la existencia de un momento crítico para el yo.

El breve relato muestra los símbolos que la psiquis humana comienza a percibir en un momento crítico, como lo es un gran cambio. Sucede en todo ser humano, aunque la carencia de una educación espiritual real no nos permite percatarnos de ello. Es frecuente en un proceso de análisis, como la psicoterapia junguiana, que el individuo advierta el gran significado simbólico de lo que le sucede, el cuál siempre estuvo allí, pero no la consciencia necesaria para interpretarlo.
La capacidad de advertir e interpretar símbolos nos aparta de la pasividad que produce una vivencia que genera estrés -el cuál es dañino para nuestro cuerpo y nuestra mente- puesto que dicha cualidad nos coloca activos: «ahora comprendemos lo que está sucediendo». Por parte, vemos cómo la espiritualidad posee una relación clara con la salud.