“NO NOS ENSEÑAN A HABLAR EL LENGUAJE DEL SELF”
Existe un juego en el que participan dos equipos de variado número de jugadores. Un miembro del equipo 1 recibe en silencio el nombre de una película por parte del equipo 2; luego debe poder transmitirles el nombre de la película a los compañeros de su propio equipo, pero no puede hablar, sólo puede hacer gestos, sólo puede comunicarse con actos haciendo mímica. Gana el equipo que logra comunicarse con los suyos mayor número de veces que el otro.
El motivo que trae a colación este juego es que semeja muy bien cierto funcionamiento del ser humano. Las personas no solemos tomar consciencia de que durante muchos años de nuestra vida no hablábamos como lo hacemos de adultos, y el empleo que hacíamos del lenguaje era muy diferente del actual. Vale para el individuo como para la especie. No prestamos atención al hecho de que la memoria escindida que tenemos de épocas por lo general anteriores a los cinco años radica, en gran medida, en una diferencia importante en el ser humano en lo atinente al uso del lenguaje. La mayoría de la experiencias de los niños han sido registradas por la mente con una gran carga afectivo-emocional, con escaso nivel de racionalización; todo lo contrario a lo que sucede en el adulto.
La educación sistemática, en su pretensión de normalizar y socializar, produce un verdadero avasallamiento sobre aspectos esenciales del ser humano. Prácticamente todo lo que pasa por la institución escolar es subsumido bajo el imperio de la razón consciente. La intuición, la emoción, la experiencia interna, la espiritualidad, en una palabra, todo que pueda “teñirse” de subjetividad es puesto en duda y excluido de los contenidos y del método educativo. El problema radica en que esto no puede ser, puesto que censura una parte importante, la más, del hombre.
Los signos del Self
Esta parte elidida del ser humano constituye un área importante del Self de cada individuo, de mayor amplitud que la faceta racional. Cuando el Si-mismo detecta que existe en su existencia un problema relevante crítico sin resolver intentará comunicarle a la consciencia racional este hecho para que aquella proceda a resolverlo si los mecanismos automáticos de ajustes no han podido hacerlo aún.
La consciencia, muy ligada a la racionalidad, tiene el potencial de la atención selectiva, lo que significa que puede centralizar su capacidad operativa sobre determinados elementos de su realidad. Este enfoque le permite dirigir un enorme esfuerzo en la resolución de problemas, pero para que la consciencia pueda realizar esto debe primero divisar los problemas a resolver. Estos mecanismos no se desenvuelven naturalmente porque la división consciencia-inconsciente no permite a la primera tomar noticia de todo lo que en el ser que la porta acontece. Tiene su lógica, puesto que representarían un gasto inútil para la psiquis tener que tener presente en su consciencia todo lo que ocurre en su ser, comportaría un estado de locura.
La división entre estas dos facetas del ser humano no es realmente problemática, sino el hecho de que los seres humanos, gracias a la educación que hemos recibido, somos infradotados a la hora de comprender el lenguaje propio que posee el Self Inconsciente y las señales que da para que procuremos atención a ciertos problemas relevantes. Así como el cuerpo da señales de un virus de la gripe por medio de un dolor de cabeza, fiebre, etc., también el Self da señales cuando una situación estresante supera su capacidad resolutiva y necesita ayuda. La diferencia se halla en que mientras el médico ha aprendido el “lenguaje del cuerpo” que habla a través de sus signos, no ha sucedido lo mismo con el “lenguaje de la mente”; sus signos sólo desde el avance de la Psicología han comenzado a ser tenidos verdaderamente en cuenta.
La defensa implacable
Un aspecto llamativo del Self es su enorme impulso (afectividad) hacia la vida. Pareciera que todo en él conduce en esa dirección; en su perpetuación y en su defensa. Es increíble pensar que existe una faceta dentro del mismo ser humano que intenta defenderlo, protegerlo y ayudarlo a crecer por todos los medios, en todo momento, a toda hora. Es algo que explico a veces a los pacientes pero que en muy pocos casos es comprendido en su profundidad.
Un dolor de cabeza de origen psíquico, una gastritis, la soriasis, incluso un asma o enfermedades tan graves como el cáncer, es difícil comprender que sean el resultado de un esfuerzo desesperado de una parte de la psiquis humana por defenderse de un problema “peor”. En efecto, lo que planteo aquí es que en todos estos casos el Self ha detectado un PRC mayor que el signo que produce (como es peor el virus de la gripe en el organismo que la fiebre que produce interferón en su intento de combatirlo). Esta es la idea que mayor resistencia produce porque no creemos que esto sea posible.
La dificultad no termina aquí, puesto que tomar consciencia de este lenguaje del Self no significa que “mágicamente” vamos a divisar cuáles son los problemas irresolutos que acosan nuestra vida. Ello también exige un enorme trabajo de la consciencia (sinceridad mediante) para el que lamentablemente nadie nos ha preparado, no siquiera en nuestra supuesta portentosa educación nos han dicho que algo de esto existe.
Por otra parte, un fortísima analogía se presenta en este tópico con el Espíritu Santo del que habló Jesucristo y prácticamente toda la Sagrada Escritura. En alguno de los Evangelios se dice que el Espíritu es protector, abogado del alma. Expresiones conocidas desde hace muchísimo tiempo en la cultura occidental, pero soslayadas al ámbito de la mística, sin comprensión de una posible veta concreta del planteo enunciado en la Escritura.
La misma Escritura plantea que el Espíritu es interior, que habla desde lo profundo del ser humano, que recuerda las verdades del hombre; todas cualidades perfectamente asimilables con la noción de Self que intento forjar.
Todo conduce a la vida
Lo que sostengo, aunque parezca increíble, es que el Self siempre busca la salud, siempre busca la vida del ser humano, hasta en su último término cuando intentará la trascendencia. No de una manera prefijada o predeterminada, pero sí real y concreta.
SANTA FE, ARGENTINA.