Qué tiene valor. Narciso y Eco

El trabajo de una persona en una organización puede ser considerado por el esfuerzo productivo de él/ella o, en contraposición, ser apreciado por el dinero que representa lo que hace. Un hombre que produce un objeto dentro de una organización puede ser valorado por ésta como un capital humano en sí mismo o, por el contrario, el valor económico que se obtiene de la venta de aquello que produce, cuánto dinero obtiene la institución por la comercialización de dichos productos. Parece un planteo sencillo, sin embargo, no lo es tanto.

Por lo general -no siempre- las empresas valoran a su empleado bajo la segunda modalidad que describí; por otra parte, podemos ver que en un club deportivo los deportistas serán necesariamente valorados por su destreza intrínseca y los resultados obtenidos -que no pueden ser anticipados- serán una consecuencia. Existe un tercer caso, en el que la persona que trabaja no es valorada ni por uno ni por otro medio, lo cuál resulta deshumanizante; por lo común sucede en las burocracias, dónde lo único que tiene valor es el protocolo.

Karl Marx dijo que el capitalista se apropia de un valor que el trabajador agrega al objeto que produce al que llamó plusvalía; sin embargo, su análisis era económico mayormente. Quisiera agregar un aspecto subjetivo a este tema que puedo plantear como hipótesis:

En las sociedades contemporáneas -de cualquier índole política- el individuo que posee poder de coacción se apropia del valor económico del producto del trabajo y deshecha el valor de la persona que trabaja.

En un esquema sencillo:

Persona –> trabajo ==> producto.

  • Valoración caso 1: «Lo que vale es el producto.»
  • Valoración caso 2: «Lo que vale es la persona, independientemente del resultado.»

¿Por qué hago este planteo?

Porque es una manera sencilla de comprender que el problema de la violencia social e inseguridad que padecemos en muchos países de América no tiene solución con este tipo de planteos. ¿Por qué? Porque la valoración de los productos siempre es inferior a la de las personas. Es como si un líder social tomara niños de seis años, en su primer grado de escuela, y dijese que sólo podrán seguir asistiendo al establecimiento aquellos que le reporten una ganancia clara al Estado en una proyección estimada de 15 años; sin dudas, muchos niños deberían ser descartados del sistema educativo porque «no van a servir» o «no producirán ganancias» al sector privado.

Nuestro sistema de organización social (tanto el de mercado como el socialista) coloca el valor de un ser humano en su resultado, es intrínsecamente esclavista y conlleva la acumulación del sector de poder sobre el sector de trabajo. Al primero le voy a llamar Líder Narcisista, al segundo, Paciente Espejista.

Narcisista y Espejista

Estos son conceptos centrales de las Psicoterapias Focalizadas Integradoras, están tomados del mito de Narciso y la ninfa Eco, que sólo puede repetir lo que el bello y egocéntrico Narciso dice.

Dado que el líder narcisista impone las reglas del juego, el pasivo espejista no podrá cambiarlas fácilmente. Sin embargo, si logra tomar consciencia del «engaño mental» y elaborar su propia valoración, podrá comenzar a quitarse las cadenas esclavistas.

Un pequeño cambio

Esta toma de consciencia permite algo más: la emergencia de un arquetipo del Inconsciente Colectivo, una especie de «gen dormido» que se activa con dicha toma de consciencia; un suave «olor a libertad» lo despierta. Este patrón innato de la mente adquiere la forma de un impulso creativo que le ofrece la motivación suficiente para comenzar a hacer algo productivo para las personas que realmente lo valoran, tal vez se trate de algo muy sencillo, tal vez siquiera sea crear barquitos de papel para unos niños que juegan en el agua que corre junto al cordón de la vereda; o salir al parque en bicicleta y tomarse la tarde para leer un libro junto al lago.

Es difícil de creer, pero un barquito de papel y un libro pueden demoler a la organización más poderosa del mundo.

Cuatro papás

Tengo cuatro amigos, ellos no se conocen entre sí pero tienen algo en común, algo que los conecta inconscientemente sin que ellos lo sepan: los cuatro son papás solos de un hijo o una hija.

Una niña al costado del camino

Uno de ellos no supo bien que hacer cuando tuvo su hija, pensó que con sólo tenerla era suficiente; su beba pasó la mayor parte de su tiempo en manos ajenas, entre guarderías, escuelas y demás instituciones para niños. Sin darse cuenta, Germán fue dejando al costado de «su» camino a «su» propia hijita y, para bien o para mal, su destino fue marcado por terceras personas.

Una alegría efímera

Santi es un amigo que recibió con mucho entusiasmo el nacimiento de su hijo: fue una alegría inmensa para él. Recuerdo su cara de felicidad absoluta cuando nos pasó la foto de ambos en el sanatorio: «recién salidito del horno», nos escribió en el grupo.

Santi es una buena persona, pero confieso que los amigos no aceptábamos mucho a su esposa. No tardó mucho en llegar el día en que nos contó que «las cosas» no estaban bien con Guillermina. Habían perdido intimidad y, antes que el pequeño Felipe cumpliera un año, Santiago le había sido infiel a su mujer. Ella lo descubrió y se separaron.

Aunque parezca increíble, en tan poco tiempo, el afecto de papá se secó, no se profundizó y Felipe creció con un padre ausente.

Trabajo, preocupación y exigencias

Distinto fue el caso de Facundo: él tuvo un hijo de soltero y su relación con su hijo siempre fue directa. Si bien no veía a diario a su niño, Facundo es, sin dudarlo, un padre presente e interesado en su hijo. Sin embargo, él es un hombre exitoso. Es un profesional de renombre internacional que recorre el mundo entre congresos y reuniones con empresarios. Su niño crece bien al cuidado de su madre, pero su papá responde a él sólo en segundo lugar, tras las preocupaciones de su demandante éxito personal e individual. No sé qué piensa su pequeño niño, pero ya es consciente de que está en segundo lugar para su papá.

Un papá rebelde

El cuarto de mis amigos es Gustavo, hijo de italianos y bastante gruñón, no hay día que no se queje de algo o de alguien, en particular de su ex esposa que lo dejó y le fue infiel. Pasaron ya varios años y él no ha rehecho su vida. Sin embargo, algo me llama la atención de él…

El último verano tomábamos una cerveza en un barcito de la ciudad y me contó que había dejado la empresa en la que trabajaba como profesional para dedicarse de lleno a su vocación docente. Pero había algo más en esta decisión, de esta manera había logrado liberar todas sus tardes para tener más tiempo con su hijo. No es una decisión que «brille» ante la mirada contemporánea, no obstante, sí brilla a los ojos de su hijito que sabe que «¡aquí hay papá!»

Gustavo no es docente solamente porque le gusta su materia, él tiene una especie de «don» por estar atento a las problemáticas existenciales que viven los adolescentes.

Aquel día, el de la cerveza, recuerdo que me comentó el caso de un alumno que había perdido trágicamente a su padre y todo lo que él -Gustavo- había hecho por que sus compañeros estén presentes con aquel jóven que sintió realmente la presencia afectiva de sus amigos.

Su paternidad de un único hijo rinde por 30 alumnos, 100 jóvenes, 1000 veces.

Pero ese día Gustavo no estaba de buen humor; me dijo:

Yo no creo en Dios; si existiese, no podría permitir que esto suceda.

Mientras me hablaba me vino una idea a la mente:

Si Dios existe, debe ser como Gustavo.

La detención de la violencia

En el país en el que vivo y en la región en la que me encuentro, año a año, mes a mes, semana a semana, la violencia hacia la mujer se incrementa a niveles jamás pensados; pero no sólo ello, el tipo de crímenes se torna cada día más irracional y difícil de comprender para la sociedad.

Opciones resolutivas

He escrito muchas veces sobre este tema, en intentos diagnósticos desde la perspectiva psicológica. En este breve ensayo quisiera comenzar a esbozar posibilidades de acción que sean resolutivas.

Existen diversos modos de pensar este tema, pero permitime hacer un planteo en extremo sencillo.

Los comienzos del siglo XXI presentan innovaciones culturales de la más diversa índole; quisiera mostrarte algo al respecto: un grupo muy reducido de hombres -entre los que me incluyo- buscamos tener una relación exclusiva y directa con nuestros hijos, esto es: sin intermediación de las madres de los niños. Quizás me preguntes: ‘¿Cuál es la relación entre la violencia hacia la mujer y la paternidad directa?’

Un grupo de padres muy reducido

Los varones jóvenes poseen una fuerza y energía inherentes que no saben ni pueden controlar, pero la generación de precedente de padres no tiene mayormente interés en educarlos, por lo que permanecen «desamparados psicológicamente».

En primer lugar los padres marginados del ideal social de familia somos los que tomamos conciencia de esta situación de los niños y los jóvenes; paradójicamente, el cambio resolutivo comienza por la «marginalidad» social.

Tarde o temprano, los papás vamos a darnos cuenta que el Estado no va a proteger a nuestros hijos, ni el de izquierda ni el de derecha; las ONG no se van a ocupar de ellos, pues no podrán evitar ser absorbidas por el poder. Ninguna institución va a realizar este trabajo y deberemos salir nosotros a realizar esta tarea tan básica y fundamental para la sociedad humana y que hemos olvidado detrás de las máscaras de nuestro Ego.

Sé de lo que hablo. Sé lo que significa «estar salvando el mundo» mientras tu esposa y tu hijo tienen un arma apuntándoles a la cabeza.

El peligro que afrontan las mujeres y los niños no se limita a un acto delictivo, es mucho más profundo, es sutil, ideológico, inyecta veneno en las frágiles psiquis de nuestros niños sin que nosotros nos demos cuenta.

Una hipótesis para actuar

No pretendo ahondar en el diagnóstico, sino en la toma de consciencia, en la necesidad que tenemos los padres-hombres de comenzar a agruparnos, a asociarnos en la defensa de lo que valoramos. Por lo tanto, ésta es a mi juicio la primera acción resolutiva para la violencia:

Los hombres comienzan a agruparse en defensa de las mujeres y los niños.

Pd: no es tan sencillo, implica dejar un poquito de lado el partido de fútbol y la peña, valoraciones extrañas que se han convertido en «religiones» del Ego del varón adulto.

Controlar la sexualidad: ja, ja y ¡ja!

Me sorprendí profundamente el día que me dijeron que nuestra especie tiene aproximadamente 3.500.000 años desde el momento en que los primeros homínidos se pusieron de pié en la sabana africana (podés consultar «Lucy australopithecus» para mayor info). Si consideramos que más allá de 5000 años nos cuesta mucho encontrar rastros de civilización (hay pero son muy pocos), comprendemos que desconocemos aproximadamente el 99,9% de nuestra historia.

Pero lo que arqueólogos y antropólogos no pueden descifrar aún, ha quedado cimentado en la memoria genética de nuestra especie, esto es, nuestro ADN. Y de una cosa podemos estar seguros, que este ADN se ha replicado generación tras generación por medio de la sexualidad.

El control

Por algún motivo que desconozco, la sexualidad parece ser un problemita para nuestra civilización. Desde hace mucho tiempo buscamos controlarla por medio de normas y criterios de convivencia.

No pretendo «hacer historia», precisamente porque creo que desconozco la mayor parte de ésta, sino más bien referirme al presente.

La potencia con que surge la sexualidad en la mujer y el hombre en la madurez de su desarrollo no puede ser controlada con un sistema de reglas y prohibiciones (no me refiero solamente a las religiosas, también a las provenientes de la salud pública y, más aún, las que provienen de la industrialización de la vida). Es impensable que una cultura de 10.000 años pueda ir en contra de una necesidad biológica de millones de años. Estos intentos producen necesariamente un retorno patológico sobre la persona que reprime su sexualidad, como lo demostró Freud hace ya más de 100 años (Tres ensayos de teoría sexual, 1905).

¿Un permitido para los libertinos?

Nada más lejos que lo que quiero plantear. Lo que quiero decir es que si querés cuidar tu sexualidad y que ésta se desarrolle de modo sano y potencie tus facultades mentales, no podés hacerlo por medio de prohibiciones; necesitas un método «acorde a su naturaleza».

El afecto

La naturaleza para reproducirse necesita del sexo, por ello lo inviste de una fuerza poderosa; pero también necesita otras cosas para que un humano se reproduzca. Junto a la nutrición que garantice la subsistencia, los humanos para desarrollarnos necesitamos de nuestra mamífera provisión de afecto, sin este contacto próximo no podemos desarrollarnos, esto la naturaleza lo «sabe» y destina tanta energía a la erótica humana como a la afectividad. Por ello, la única manera de «controlar» la sexualidad es desarrollando lazos afectivos fuertes.

Un nuevo concepto de ser humano

Todavía no comprendo por qué odiamos tanto la sexualidad. Lo seguiré pensando…

Las religiones antiguas crearon una idea de ser humano ideal donde la sexualidad sólo tendría lugar para la reproducción. Pero también la ciencia ha hecho algo similar con supuestos fines sanitarios, el mismo límite y control normativo se deposita ahora sobre nuevas entidades; antes eran «demonios»; ahora son HIV, HPV, y otras enfermedades de transmisión sexual. Vemos de este modo como la civilización parece «necesitar» de un juicio de valor negativo sobre la sexualidad.

Un nuevo concepto

Desde mi punto de vista, hoy es el tiempo exacto en que se desarrolla un nuevo concepto de ser humano, el que se desarrolla tras la Inteligencia Artificial, un sujeto sin sexualidad. El rechazo radical de ésta.

Luego de la demonización religiosa, la patologización médica y la plusvalía sexual(*) de la industria, llega el perfecto suplantador: el sujeto artificial, el control total por abolición de la sexualidad humana.

Rompiendo la ecuación de la acusación

Desde mi punto de vista, la única manera de libertad está dada por salir de los juicios de valor sobre el otro, dejando de lado acusaciones y conceptualizaciones (sano-enfermo, bueno-malo, puro-impuro, sagrado-profano, etc.). También ello implica a la sexualidad. Ésta constituye un poderosa y profunda fuerza del ser humano que busca su expresión libre y creativa, inspiradora, por lo que no podemos cargarla de juicios de valor y acusaciones cuando en realidad la desconocemos en su vasta historia. Ella crea el arte, las pasiones, da vida a los niños. ¿Cómo alguien puede suponer que el crecimiento de una sociedad depende de las variables económicas y materiales?

(*) Plusvalía sexual: Karl Marx decía que el poseedor de los medios de producción se apropiaba de una parte del valor del producto de un trabajador, a la que llamaba «plus-valor». En una analogía psicológica, puedo pensar que la industria (a través de la invención de la píldora anticonceptiva) se apropia de un plus-valor que proviene de la energía sexual, especialmente en las mujeres que se suman masivamente al mundo laboral y productivo. Esa energía no proviene de su fuerza física, sino de su potencial sexual femenino.

La trampa del poder llega a la mujer

Jerarquía y competición

Allí los hombres encontramos un perverso placer, el de someter a otro hombre. Ahora, la evolución del pensamiento contemporáneo se lo ofrece a la mujer como el fruto prohibido de aquel árbol mitológico del Génesis. Es la trampa del poder, un acceso a nuevas formas de sensibilidad reducidas esclusivamente al ámbito del hombre durante miles de años. Pero ello requiere dejar algo: lo afectivo. Y lo afectivo por excelencia son los niños. El objetivo del proceso social del espíritu de nuestra época son los niños. ¿Por qué? Por la sensación de saturación percibida que tenemos en las grandes urbes; en esta oscura mentalidad, ellos tienen la culpa y «devoran» nuestros recursos. Sin embargo, la situación es precisamente la inversa.

La pantalla grande tiene la función de un espejo, en tanto nos da una imagen en la que observarnos

En casa no hay televisor, no hay computadora ni wi-fi. Observo miradas muy extrañas cuando lo comento, pero es tan intenso lo que encuentro en este divorcio de la tecnología que no creo poder transmitirlo. Una enorme cantidad de mi energía psíquica era consumida por el televisor, horas y horas de una fortaleza drenada con una placentera anestesia emocional; no consumía televisión, ella me consumía a mí.

El piso del comedor abunda en juguetes, libros y cuadernos en los que escribo. Paso mucho tiempo en contacto con el suelo, una experiencia inspiradora. Repliego la energía hacia mi Yo y está allí, con toda su intensidad, para poder dirigirla hacia dónde quiera.

Romper la pantalla es como romper una imagen de nosotros mismos, de esta manera accedemos a un mundo diferente, un mundo por fuera del predominio de la especularidad. Es lo que intento mostrar en el texto de Alicia sin Espejo. Son conceptos complejos, sin embargo, provienen del Espíritu de la Profundidad (Jung) desde hace miles de año. Como el agua que brota de una napa profunda, son un reservorio impresionante de energía para la salud y creatividad de una persona, como el acuífero guaraní. Sólo que hay que apagar la tele y empezar a excavar.

Ácido para el alma

La «generación dorada» (así se autodefinen los que fueron jóvenes universitarios en la década del ’70) brilló tanto ante el espejo que, como Narciso(1) enamorado de su propia imagen, terminó ahogándose sin poder percibir el destino de sus hijos. Las nuevas jóvenes no tienen el respaldo afectivo que necesitan, por ello deben ir en busca del poder como en un intento de autodefensa. Éste poder (por lo general asociado al dinero y estatus social), indiferente en sí mismo, ha cerrado al acceso al «otro mundo», el del alma o de la psiquis, no hay más búsqueda interior, trabajo espiritual. Esto hace que, ante una crisis real, no existan mecanismos de contención ante el derrumbe psicológico.

En un esquema sencillo, el poder y el afecto (de modo especial por los niños) se contraponen; como compensación, el vínculo de poder ofrece al individuo una «sensación» de placer, mientras que el vínculo afectivo ofrece un «sentimiento» de placer.

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1. En el mito de Narciso, éste se enamora de su propia imagen reflejada en el agua de un aljibe y cae en él, queriendo poseer su propia imagen al mismo tiempo que se ahoga.