Jung, modernidad y tecnología
Una sensación compartida en las grandes urbes
En nuestras sociedades modernas, muchas personas sienten que todo es «demasiado»: ruido, pantallas, notificaciones, prisas, estímulos. Ese estado de saturación digital y estrés hace que convivamos con una sobreabundancia de información y una constante exigencia de respuesta inmediata.
Al mismo tiempo, se percibe una ruptura de vínculos sociales: convivencia cercana, pero emocionalmente distante; barrios densos, pero con individuos que se sienten aislados, incluso hostiles. La clásica idea de que el otro es una amenaza, de que el hombre es lobo para el hombre, vuelve a asomar en formas nuevas: una mezcla de anonimato urbano, polarización y miedo. Es un escenario en el que la vida interior —reflexión, sentido, símbolos— suele quedar relegada frente a los imperativos tecnológicos.
Lo que Carl G. Jung ya advertía al observar el siglo XX
Jung vivió en una época en que la tecnología crecía a pasos vertiginosos; describió que el desarrollo técnico y científico era enorme, pero que al mismo tiempo dejaba un vacío espiritual y psicológico. En una recopilación sobre sus ideas respecto a la tecnología (Civilización en transición, El hombre y sus símbolos, Después de la catástrofe) señala que la técnica puede ser vista como fruto de una conciencia racionalista que reprime lo psíquico por prejuzgarlo como «irracional», y que su poder había llegado a dimensiones temibles. Más aún, Jung se preguntaba quién controla esa habilidad técnica, sugiriendo que el problema crucial no era cuánto más se podía inventar, sino cómo debía estar constituida la mente humana encargada de ejercer ese poder.
Además, Jung afirmaba que en el fondo de muchos problemas de su tiempo estaba el desarrollo de la ciencia y la tecnología, que había destruido la base metafísica del hombre y no ofrecía nada para superar la estancamiento espiritual ni la insatisfacción interna. Esa carencia lo ponía en amenaza tanto desde dentro como desde fuera. Y más adelante él mismo destacó que esta tecnología moderna producía un desequilibrio que generaba insatisfacción con la vida, alejaba al ser humano de su versatilidad natural y dejaba aspectos instintivos sin ejercitar.
Jung, masas y peligro social
En El yo y el inconsciente, Jung advierte sobre la pérdida de la autonomía del individuo frente a las masas y la mentalidad colectiva, señala su preocupación por el potencial devastador de las multitudes, al señalar que un millón de ceros juntos no suman calidad, y que pensamos solo en grandes números y organizaciones de masas, aun cuando el mundo había visto ya demasiado del daño que puede hacer una multitud disciplinada en manos de un solo individuo.
Jung también observaba, en el mismo texto, la deshumanización que se produce cuando lo individual se vuelve irrelevante frente a grandes conglomerados y números: Cuanto mayor es la multitud, más insignificante se vuelve el individuo. Esto resuena con la ruptura del tejido social actual, donde las personas pueden sentirse reducidas a datos, algoritmos o audiencias, perdiendo el sentido de responsabilidad y cuidado mutuo.
Tecnologías, símbolo y creatividad
El énfasis extremo en lo racional, lo calculable y lo técnico, tiende a devaluar o reprimir lo intuitivo, subjetivo, emocional: justamente lo que nutre las dimensiones simbólicas y creativas del ser. En su visión, esa ausencia crea un desequilibrio interior que amenaza con desbordarse hacia el caos social.
El resultado puede verse como una especie de atrofia creativa: capacidades de inventar sentido, nuevas narrativas, arte o forma simbólica que se quedan sin ejercicio, pues el entorno tecnológico y masificado absorbe casi toda la atención, el tiempo y la energía psíquica.
Desde la saturación urbana a la crisis espiritual y creativa
Tomando estas ideas de Jung y observando el presente, podemos puntualizar:
- Saturación digital: el constante bombardeo de estímulos puede empujar a la psique a un estado de reactividad, superficialidad y agotamiento.
- Ruptura social: el individuo se percibe pequeño e impotente frente a grandes colectividades, datos poderosos, dispositivos y plataformas; la empatía se ve reducida, el otro deviene una amenaza, un rival o un medio, no un fin.
- Atrofia creativa: ocuparse principalmente en procesos técnicos, productivos o mediáticos, sin espacio para la reflexión, el símbolo, el mito o el juego imaginativo, empobrece la vida interior.
Sucede que cuando la conciencia no acompaña al poder técnico, el resultado puede volverse destructivo, incluso a gran escala.
Una evolución necesaria: desde la vida interior hacia la individuación
Si el problema nace de un desequilibrio entre el poder técnico y la madurez interior, la respuesta no es rechazar la tecnología, sino integrar un crecimiento interior que haga al individuo capaz de sostener y orientar ese poder. Para Jung, la individuación es el proceso de llegar a ser un ser más completo: reconocer las propias sombras, desarrollar la conciencia, encontrar un sentido que no dependa solo de la masa o de la técnica.
Conclusión
La lección jungiana y la experiencia urbana actual convergen en una invitación clara: no basta con mejorar el entorno técnico; es preciso redoblar el cultivo de la vida interior. Esa evolución, que impulsa hacia la individuación, quizá sea la condición para que los nuevos desarrollos tecnológicos no repitan las sombras del pasado, sino que faciliten una civilización más creativa, conectada y humana.