Angustia

Angustia: el día que Jesucristo dio cátedra a la Psiquiatría

La Medicina contemporánea parece muy bien entrenada para anestesiar nuestras consciencias y no dejar percibir en lo más mínimo, ninguna cualidad que nos distraiga de nuestro “rol social”, por nada del mundo debemos quitarnos la careta con la que afrontamos el día a día.

Algo de esto sucede con la denominada “ansiedad”: si observamos sus síntomas (palpitaciones, sudoración de manos, hiperactividad, reacción desmedida ante una determinada situación, etc.) tomamos nota que posee las mismas reacciones que el miedo. Lo que sucede es que la ansiedad es el miedo. Sólo que nos avergüenza en demasía decir que tenemos miedo y la ciencia surge en auxilio de nuestro Ego herido explicándonos que lo que tenemos es otra cosa, ansiedad, que tiene que ver con un cambio neuroquímico en nuestro cerebro y ante lo cual no tenemos nada que ver, es sólo una circunstancia casual que cayó sobre nuestro destino, pero somos libre de estar implicados en esta situación.

Todavía peor es lo que sucede con la Angustia: nuestro Ego y la Psiquiatría se hallan embarcados en la misión de erradicarla de nuestras vidas. Sin embargo, cometen un grave error que sólo conduce a “un vaciamiento de sentido de la existencia”. Puesto que la angustia no es el problema, sino la cura.

Para comprender esto, en primer lugar necesitamos saber que angustia y ansiedad-miedo no son lo mismo: el miedo es un sentimiento, pertenece al ámbito de las emociones; en cambio, la angustia es una sensación, pertenece al ámbito del cuerpo. Tanto las emociones como las sensaciones poseen un registro psicológico (la mente toma consciencia de ellas), pero es diferente el proceso en una y otra.

La angustia se percibe con el cuerpo, allí, en el pecho, y no tenemos palabras para poder expresarla; éste es su rasgo distintivo. Al miedo lo podemos describir perfectamente, a la angustia ni en lo más mínimo.

Es difícil de creer y de soportar, pero lo que produce el desarrollo personal es la angustia, puesto que ella genera en la psiquis humana un nivel muy alto de energía (tensión interna) la cual podemos aprender a orientar hacia fines positivos, incluso saludables. Un artista comprende perfectamente que necesita esta tensión, puesto que de ella brota su inspiración. Atahulapa Yupanqui dijo: “el dolor se vuelve canción”.

Jesucristo -que no era científico, ni filósofo, ni teólogo, sino un curador- expresó esto del siguiente modo:

“Entren por la entrada estrecha [angustiante]; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella [Ego-comodidad]; más, ¡qué estrecha [angustiosa] la entrada y qué angosto [angustiante] el camino que lleva a la Vida!, y pocos son los que lo encuentran [porque la mayoría se evade].” Mateo 7, 13-14.

Jesucristo hablaba en arameo, el texto precedente se escribió en griego, y la traducción “oficial” está hecha en un determinado contexto, por lo tanto, son posibles estas opciones de traducción hacia “el lenguaje de la Psicología”. Más aún: angustia significa “angosto”, “angostamiento”, “estrechez”, de allí proviene el origen de la palabra.

¿Por qué un curador dijo esto?

Porque la angustia produce la tensión vital que es necesaria que se movilice en la psiquis humana para poder producirse la sanación. Esta incomodidad, “estrechez”, mueve en nosotros el DESEO de curarnos, y cuando no es posible la cura nos lleva a la búsqueda de un sentido espiritual, profundo de la existencia. Nada de lo cual es posible si anestesiamos nuestras percepciones con psicofármacos.

¡Ven! ¡Y conoce, el Otro Lado de la Fuerza!”

[Nota: cabe aclarar que no estoy en contra del uso medicinal de la farmacoterapia, sino del uso abusivo de la misma que no indaga en las razones del sufrimiento humano].

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