En algunos lugares del mundo los llamamos «inmigrantes ilegales», en latinoamérica «mareas humanas de corruptos y delincuentes»; en el mundo gamer (videojuegos) los denominamos «zombis». Diferentes términos que nos remiten a aquellas vidas vaciadas de significado, del sentido que alguna vez pudieron tener. Como en las películas apocalípticas, los «dejados atrás» pueden comer nuestro cerebro, al menos así lo hicieron con mi amigo R. al dispararle con un arma de fuego en la cabeza. No es una alegoría, no es un recurso literario para hablar en términos poéticos. Es real.
El regreso de los arquetipos «muertos vivos»
En su análisis de los eventos históricos del siglo XX, como las dos guerras mundiales, Carl Jung sugirió que los conflictos globales fueron, en parte, un reflejo de la desconexión de las sociedades con sus propios arquetipos, es decir, con las estructuras profundas e instintivas que forman parte del inconsciente colectivo.
En su obra «El hombre y sus símbolos» (1964), Jung discute cómo la modernidad, con su creciente racionalización y desvinculación de lo simbólico, había llevado a las personas a perder una conexión vital con los arquetipos que estructuran nuestra psique. Esta desconexión podría haber contribuido a los trastornos colectivos que resultaron en las guerras mundiales. Jung veía estas guerras como una manifestación de una crisis psíquica global, en la que los pueblos de Occidente se habían alejado de sus raíces arquetípicas y espirituales, lo que los llevó a una especie de «desintegración» interna que se reflejó en la violencia y el caos del exterior.
Jung también se interesó por el concepto de que el malestar en la psique individual se podía proyectar en la sociedad, y que las sombras colectivas —esos aspectos oscuros y reprimidos de la psique humana— podían dar lugar a fenómenos destructivos. La guerra sería entonces una manifestación de estas fuerzas internas no resueltas a nivel colectivo.
Este pensamiento puede encontrarse también en «Psicología y alquimia» (1944), donde analiza cómo los símbolos y los mitos que alguna vez proporcionaron sentido y cohesión a la sociedad se han ido desintegrando, dando paso a un vacío existencial que, según Jung, alimentaba fenómenos tan destructivos como las guerras.
Jung, por lo tanto, no solo veía las guerras como un fenómeno político y social, sino como una manifestación de una crisis más profunda relacionada con el desequilibrio psicológico y la pérdida de la conexión con los arquetipos fundacionales de la humanidad.
A comienzos del Siglo XXI
Si en el siglo XX la desconexión con los arquetipos se tradujo en conflictos globales, en el siglo XXI esta crisis se manifiesta de manera más sutil, pero igualmente destructiva. El caos ya no solo se refleja en campos de batalla, sino que se infiltra en la cotidianidad, erosionando los vínculos empáticos y profundizando la desconexión entre los individuos
Toda vida que no posee una búsqueda de Significado trascendente (el cuál sólo proviene de la reflexión consciente acerca de los arquetipos del inconsciente colectivo que mayormente transmiten las tradiciones espirituales y que la ciencia positivista se ocupa de desintegrar) no tiene más opción que «ser dejada atrás». Aunque no quieras, o tal vez no puedas reconocerlo, ¡estás infectado/a!
Símbolos y empatía
En un momento de nuestra vida cotidiana, en cualquier circunstancia sin sentido aparente, algo nos conduce a cerrarnos hacia el otro (ver la película Cadena de Favores, 2000), a disolver el vínculo empático, a que el otro ya no tenga sentido; es la señal de que el virus zombi ya corre por nuestras venas. El otro ser humano pasa a estar vacío de significado en nuestras vidas y, como todo objeto sin forma, nos permitirá proyectar sobre él nuestra sombra, aquel depósito inconsciente de nuestros impulsos hostiles no asumidos. Luego, el otro retornará, esta vez sí, como zombi.
¡No te distraigas de la idea central! Tú trajiste la infección al campamento. Ahora que comprendemos lo que realmente está sucediendo en el mundo, intentaremos crear una cura…