Encuentro con el Ánima – Parte 3

La muerte del Ánima

En el itinerario psicológico del hombre, el Ánima —ese principio femenino interior que media entre la conciencia y el inconsciente— atraviesa también sus propias muertes y resurrecciones. No se trata de un suceso literal, sino de un proceso simbólico que refleja los movimientos históricos, culturales y espirituales de la humanidad. Así como el individuo se transforma, también lo hacen los símbolos de los arquetipos en su expresión colectiva.

La muerte del Ánima puede entenderse como el momento en que lo masculino —identificado con la razón, el orden y el poder— se desconecta de su polo complementario: la sensibilidad, la empatía y la creatividad. En la historia psíquica del hombre, esto ocurre cuando el poder patriarcal se impone como única forma válida de orientación. En ese contexto, el patriarcado interior (y exterior) suprime el afecto y reprime las cualidades imaginativas, afectivas y vitales del alma.

Cuando el poder y el control se vuelven los únicos valores posibles, el Ánima —fuente de inspiración y de vínculo con la vida— muere simbólicamente. Su silencio se manifiesta como vacío interior, pérdida de sentido, incapacidad de amar o de crear. Lo masculino desconectado de lo femenino pierde su relación con el alma, con la profundidad del ser.

La hija de Jairo: el patriarcado y la resurrección del alma

El relato evangélico de la hija de Jairo cristaliza de manera magistral este drama arquetípico. Jairo, jefe de la sinagoga, representa el poder patriarcal religioso, el orden establecido y la autoridad normativa del judaísmo de su tiempo. En su casa, su hija —una niña— ha muerto. Esta niña puede ser leída simbólicamente como el Ánima o como el niño interior, la dimensión más pura, afectiva y espontánea del alma humana.

La muerte de la niña en el ámbito de la autoridad patriarcal revela el efecto devastador del poder cuando se impone sobre la vida: el alma queda inmovilizada, la sensibilidad se extingue, lo sagrado se vuelve dogma. Es la imagen del espíritu masculino endurecido, que en su afán de dominio mata sin saberlo lo que le da sentido.

Entonces aparece Jesús. Su gesto de acercarse, de tocar la mano de la niña y pronunciar “Talita kum” (Niña, levántate), constituye un acto simbólico de restauración de la sensibilidad interior. Jesús no se enfrenta a Jairo desde el poder, sino desde el amor y la compasión, principios femeninos del alma que él integra conscientemente. En su figura, lo masculino y lo femenino vuelven a encontrarse.

Jesús resucita al Ánima. La devuelve a la vida dentro de un contexto que la había declarado muerta. Su gesto rompe con el orden patriarcal no por rebelión violenta, sino por reintegración espiritual: el amor vence al juicio, la ternura al dogma, la sensibilidad al control.

El gesto de Jesús: restaurar el alma humana

El Evangelio muestra múltiples escenas donde Jesús interviene para liberar a la mujer del peso de la ley y del juicio religioso: la adúltera a punto de ser lapidada, la samaritana excluida, la hemorroísa marginada. En todas ellas se repite el mismo patrón arquetípico: lo femenino, que simboliza la vida interior, el sentimiento y la relación con el alma, ha sido oprimido por un sistema patriarcal que juzga, clasifica y condena.

Jesús encarna la reconciliación entre el Logos y el Eros, entre el principio solar y el lunar. Su acción no destruye el orden, sino que lo transfigura. Al devolver la vida a la niña, al liberar a las mujeres del juicio, está restaurando el flujo del alma dentro de la conciencia colectiva, reintroduciendo la dimensión afectiva y simbólica que la estructura patriarcal había negado.

En términos psicológicos, este acto puede comprenderse como la resurrección del Ánima en el hombre moderno: la recuperación de la capacidad de sentir, de crear, de amar sin necesidad de dominar. Es el retorno de la vida psíquica, del vínculo con la interioridad y con el misterio.

La muerte del Ánima no es definitiva; es parte de un ciclo necesario. Solo al reconocer su pérdida y el sufrimiento que implica la desconexión, el hombre puede emprender el camino de su restauración. Y en esa resurrección interior se abre una nueva etapa: la posibilidad de vivir desde la totalidad, donde el poder se transforma en servicio, la razón en comprensión, y el amor en presencia viva.

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