Tengo cuatro amigos, ellos no se conocen entre sí pero tienen algo en común, algo que los conecta inconscientemente sin que ellos lo sepan: los cuatro son papás solos de un hijo o una hija.
Una niña al costado del camino
Uno de ellos no supo bien que hacer cuando tuvo su hija, pensó que con sólo tenerla era suficiente; su beba pasó la mayor parte de su tiempo en manos ajenas, entre guarderías, escuelas y demás instituciones para niños. Sin darse cuenta, Germán fue dejando al costado de «su» camino a «su» propia hijita y, para bien o para mal, su destino fue marcado por terceras personas.
Una alegría efímera
Santi es un amigo que recibió con mucho entusiasmo el nacimiento de su hijo: fue una alegría inmensa para él. Recuerdo su cara de felicidad absoluta cuando nos pasó la foto de ambos en el sanatorio: «recién salidito del horno», nos escribió en el grupo.
Santi es una buena persona, pero confieso que los amigos no aceptábamos mucho a su esposa. No tardó mucho en llegar el día en que nos contó que «las cosas» no estaban bien con Guillermina. Habían perdido intimidad y, antes que el pequeño Felipe cumpliera un año, Santiago le había sido infiel a su mujer. Ella lo descubrió y se separaron.
Aunque parezca increíble, en tan poco tiempo, el afecto de papá se secó, no se profundizó y Felipe creció con un padre ausente.
Trabajo, preocupación y exigencias
Distinto fue el caso de Facundo: él tuvo un hijo de soltero y su relación con su hijo siempre fue directa. Si bien no veía a diario a su niño, Facundo es, sin dudarlo, un padre presente e interesado en su hijo. Sin embargo, él es un hombre exitoso. Es un profesional de renombre internacional que recorre el mundo entre congresos y reuniones con empresarios. Su niño crece bien al cuidado de su madre, pero su papá responde a él sólo en segundo lugar, tras las preocupaciones de su demandante éxito personal e individual. No sé qué piensa su pequeño niño, pero ya es consciente de que está en segundo lugar para su papá.
Un papá rebelde
El cuarto de mis amigos es Gustavo, hijo de italianos y bastante gruñón, no hay día que no se queje de algo o de alguien, en particular de su ex esposa que lo dejó y le fue infiel. Pasaron ya varios años y él no ha rehecho su vida. Sin embargo, algo me llama la atención de él…
El último verano tomábamos una cerveza en un barcito de la ciudad y me contó que había dejado la empresa en la que trabajaba como profesional para dedicarse de lleno a su vocación docente. Pero había algo más en esta decisión, de esta manera había logrado liberar todas sus tardes para tener más tiempo con su hijo. No es una decisión que «brille» ante la mirada contemporánea, no obstante, sí brilla a los ojos de su hijito que sabe que «¡aquí hay papá!»
Gustavo no es docente solamente porque le gusta su materia, él tiene una especie de «don» por estar atento a las problemáticas existenciales que viven los adolescentes.
Aquel día, el de la cerveza, recuerdo que me comentó el caso de un alumno que había perdido trágicamente a su padre y todo lo que él -Gustavo- había hecho por que sus compañeros estén presentes con aquel jóven que sintió realmente la presencia afectiva de sus amigos.
Su paternidad de un único hijo rinde por 30 alumnos, 100 jóvenes, 1000 veces.
Pero ese día Gustavo no estaba de buen humor; me dijo:
Yo no creo en Dios; si existiese, no podría permitir que esto suceda.
Mientras me hablaba me vino una idea a la mente:
Si Dios existe, debe ser como Gustavo.