Cuando un niño se encuentra en peligro
Mientras padre e hijo intentaban dormir en un frío y húmedo lugar, Aren sintió la piel muy caliente de su pequeño compañero de viaje, tomó consciencia del esfuerzo que esto representaba para él.
El niño dormía notablemente incómodo, los brazos fuertes del padre parecían no poder contener el frío de su hijo y su temor de que el niño estuviese realmente enfermo se acrecentó.
Aren sabía hacia donde se dirigía, tenía un plan para derrotar a aquel Guerrero hostil que lo asediaba, pero caía en desesperación ante la fiebre de su hijo, contra este enemigo se hallaba totalmente desarmado.
En la oscuridad recordó a un anciano que solía visitar de niño, alguien que contaba historias. Recordaba que la mayoría de los niños se aburrían con él, pero Aren disfrutaba ir para escucharlo. Aquel anciano le había dicho en una ocasión que los malos espíritus no atacan al hombre en su espíritu ni en su cuerpo; las enfermedades del cuerpo eran el resultado de la presencia de malos espíritus en la persona afectada o en su familia. El espíritu no podía ser atacado por ningún mal porque pertenecía al Águila, era su propiedad; por lo tanto, la batalla contra el mal se libraba en la mente del ser humano, en su pensamiento.
El anciano le había dicho que, en última instancia, no se puede comprender el mal ni las enfermedades desde el punto de vista de una sola persona, sino que era algo que tenía que ver con toda la humanidad. Aren nunca comprendió esta expresión, sin embargo, recordaba que el hombre calvo, de nariz muy grande, casi ciego, le había dicho que un mal espíritu es una esfera de tres caras compuesta por pensamientos-sentimientos-comportamientos indisolublemente unidos entre sí que se asentaban sobre la mente de una persona o un niño y lo atacaban para dañarlo.
-¡Papá! Me duele mucho la cabeza…
Sollozó el niño, en un estado de somnolencia entre el sueño y la vigilia. Aren sintió la angustia subir desde su vientre, pasando por su pecho como una serpiente en ascenso hasta morder fuertemente su cuello, sin permitir que el aire pudiese ingresar a sus pulmones.
El Sabio le había dicho que para que una esfera maligna pudiese descender sobre una persona, ésta o su entorno debía tener invertida, «patas para arriba», su energía vital, como cuando un hombre busca su victoria individual antes que la de sus hijos.
– Papá…
El niño volvió a dormirse.
Con gran esfuerzo, Aren comenzó a susurrar unas palabras, una historia, la única que recordaba del Sabio.
Su hijo despertó y comenzó a escucharlo con atención, esa atención hizo que Aren se comprometiera aún más en la misión de atravesar la noche olvidándose de la angustia. Recordó detalles y más detalles, introdujo otros propios de su manera de interpretar aquella historia.
El niño se acurrucó aún más bajo el ala de su padre, buscando la protección de sus palabras y dispuesto a escuchar con mayor atención. Aren relataba y su hijo preguntaba fascinado por lo que escuchaba, era la primera vez que esto sucedía entre ambos, una experiencia irreconocible. El tiempo se detuvo, la noche se retiró y el sol comenzó a filtrarse por las pequeñas aberturas con sus rayitos de luz.
Aren tuvo un pensamiento esclarecedor: no debía subir sino bajar el cerro, debía refugiarse en una aldea dejada recientemente atrás de pacíficos e insignificantes pobladores porque allí encontraría mayor protección para su hijo, aunque ello lo retrasara en su travesía.
Aren tuvo un comportamiento decisivo: se puso en pie junto al niño y se dirigió en la dirección opuesta.
Aren rodeó con su brazo y mano la cabeza de su hijo y tuvo un sentimiento de alivio: la fiebre ya no estaba allí.